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SUICIDIO

Divaldo P. Franco Profesor, médium y conferenciante.
Artículo publicado el 20/04/2017, en el periódico "A Tarde", de Bahía, Brasil en su columna Opinión.
Reproducido en Flama Espirita, núm. 165, 3er. trimestre 2017

 

Con carácter epidémico, el suicidio alcanza índices sorprendentes en la estadística de las muertes terrestres, habiendo superado el número de aquellos que desencarnan víctimas del SIDA.

La ciencia, aliada a la tecnología, ha aportado innumerables beneficios a la criatura humana, pero no ha podido darle seguridad emocional. En algunos casos, la comunicación virtual ha estimulado a personas portadoras de problemas psicológicos y psiquiátricos a huir por la puerta abismal del suicidio, como si esto solucionara la dificultad momentánea que las aturde.

Por otro lado, webs dañinas estimulan el terrible comportamiento, especialmente entre los jóvenes aún inmaduros, que no tuvieron oportunidad de experimentar la existencia. Por un lado, las promesas de felicidad, confundidas con los goces sensoriales, dan a la vida un colorido que no existe y proponen gozar del placer hasta el agotamiento, como si la Tierra fuera una isla de fantasía. Acelerados ​​por los muy bien hechos estimulantes de fuga de la realidad, cuando las personas se dan cuenta de ésta, se frustran y se amargan, permitiendo que la rebelión o la depresión se instalen, cayendo en el trágico infortunio.

Recientemente, los medios de comunicación presentaron una nueva técnica de autodestrucción, en el denominado club de la ballena azul, en el que los candidatos deben exponer la vida en deportes radicales o situaciones peligrosas, a fin de demostrar fuerza y ​​valor, culminando en el suicidio. Si en la experiencia tormentosa hay, por casualidad, un momento de lucidez y el individuo decide detenerse, es amenazado por la cuadrilla con aniquilarle la vida, o algún miembro de su familia pagará por su renuncia.

El uso exagerado de drogas alucinógenas, la libertad sexual exhaustiva y la búsqueda desequilibrada del poder transitorio, conducen a la continua insatisfacción y angustia, siendo factores preponderantes para la cobarde conducta.

El suicidio es un hijo falso del materialismo, por demostrar que el sentido de la vida es el goce y que, después, todo vuelve al caos del principio.

Es muy lamentable este trágico fenómeno humano, teniendo en cuenta la grandeza de la vida en sí misma, las oportunidades excelentes de desarrollo del amor, y de la creación de un mundo cada vez mejor.

Al observar, sin embargo, la indiferencia de muchos padres en relación a su prole, la ausencia de educación digna y los ejemplos de edificación humana, uno se encuentra inevitablemente ante la deplorable situación en que la sociedad se convulsiona.

Todo ejemplo debe ser enfocado hacia la preservación del significado existencial, trabajando contra la ilusión que domina a la sociedad, por el fortalecimiento de los lazos de familia, por la solidaridad y la vivencia del amor, que son antídotos eficaces para el cruel enemigo de la vida: ¡el suicidio!