Home Archivo Trastornos psiquiátricos y obsesivos

Trastornos psiquiátricos y obsesivos

Resumen conferencia pública organizada por el CBCE

María Calvo
Esta dirección electrónica esta protegida contra spam bots. Necesita activar JavaScript para visualizarla
Conferenciante: Profesor Divaldo P. Franco - Salvador (Brasil)

 

En diciembre último, y concretamente el día 4, en el Hotel Silken Ramblas de Barcelona, el Profesor Don Divaldo P. Franco dictó una magnífica conferencia bajo el título “Trastornos psiquiátricos y obsesivos”, tema al que aportó la claridad de conceptos que le caracteriza, matizados con informaciones y experiencias que fueron de gran interés para todos.

Al inicio de la charla señaló que la problemática de naturaleza mental ha interesado en todas las épocas de la humanidad a los investigadores del comportamiento humano.

En occidente, 400 años antes de Jesús, Hipócrates, el padre de la medicina, se refería a los fenómenos mentales considerados perturbaciones del organismo, como la melancolía que se creía un castigo de los dioses.

Aristóteles, refiriéndose a Sócrates y Platón, afirma que estos dos notables filósofos, entrando periódicamente en melancolía, eran inspirados. Así pues esta melancolía unas veces era una forma de sintonizar con la vida y otras producía un estado de naturaleza mórbida de la personalidad.

Siguiendo en la cultura griega Filóstrato, 200 años antes de Jesús, hizo la primera psicoterapia de la historia de la medicina mental, curando a una paciente mediante una trampa psicológica, pues el problema era de este tipo.

Otro médico extraordinario Galeno, 200 años después de Jesús, llegó a la conclusión de que los enfermos que tenían mucha bilis negra entraban en melancolía.

Por muchos años, la terapia de Galeno estuvo dominando la ciencia médica y durante el siglo IV, después de Cristo, esa melancolía se apoderó de la humanidad con el nombre de acedia.[1]

Hasta aquel momento, más o menos siglo XVIII y sus comienzos, se creía que el cerebro era inútil, se decía, que se amaba con el corazón, era un sentimiento de dulzura, y que se pensaba con el hígado.

En el comienzo del siglo XVIII la ciencia descubrió la significación del cerebro humano, cuando se constató que las células cerebrales eran diferentes de las células de naturaleza fisiológica; se llamaron neuronas, terminaban en una cola llamada axón, no se sabía su funcionamiento, pero se observó que no morían, y que cuando se disgregaban la persona quedaba inmóvil.

En el año 1793 y en París un notable científico, médico, Philippe Pinel, considerado el padre de la moderna medicina, liberó a 53 esquizofrénicos que se encontraban retenidos en la Bicêtre, el Hospital de la Universidad de la Salpêtrière, en la creencia de que eran irrecuperables. Pensó que era injusto que estuvieran encarcelados por la ignorancia médica de aquella época, y consiguió que fueran tratados con dignidad. Esta experiencia de liberar a los psicópatas de las celdas de la Bicêtre encontró resonancia en otras capitales europeas como Londres, Roma.

Es a partir de este momento que la ciencia médica empieza a percibir que hay algo de extraño y peculiar en el cerebro humano. En el siglo XIX, caracterizado por la revolución filosófica, académica, por el positivismo, por la dialéctica marxista y por el materialismo mecanicista, los científicos abandonan las teorías religiosas y se adentran en las investigaciones de la parte psíquica del hombre. Se hablaba de Dios, se hablaba de la inmortalidad del alma, se informaba de que había un intercambio entre los llamados vivos y los llamados muertos, y los científicos decían: Hechos, desde los hechos.

Surge el espiritismo, a partir de 1857, 18 de abril, y el notable codificador de esta doctrina, Allan Kardec, propone que por medio de la investigación científica se pueda demostrar la realidad de la vida, después de la vida física.

En este período notables científicos diseccionando cadáveres en las universidades, se preguntaban ¿dónde está el alma?; y no la encontraban. Es lógico que no se hallara en los restos mortales. Y señala que a partir de ahí el cerebro comenzó a ser entendido, gracias a una experiencia extraordinaria que tuvo lugar en la misma Universidad de la Salpêtrière.

Había un paciente, el Sr. Lebourne, con una enfermedad muy especial; razonaba perfectamente, podía escribir sin problema, pero cuando iba a hablar sólo era capaz de pronunciar la sílaba “tan”. Después de permanecer veintiún años internado Monsieur Tan, que así le llamaban, murió, y practicándole una trepanación craneana se descubrió que tenía un tumor en la parte frontal de la tercera circunvolución izquierda.

El día 18 de abril de 1862, la Sociedad de Antropología de París declaró que la criatura humana no habla con la garganta, habla con el cerebro. Dicha parte del cerebro pasó a llamarse centro (o área) de Broca, en memoria de Paul Pierre Broca (28.06.1824 - 09.07.1880), su descubridor y fundador de la citada Sociedad.

El cerebro continuaba siendo estudiado en la década de 1880-1890, cuando otro gran científico, Jean Martín Charcot, en la misma Universidad comenzó a estudiar los fenómenos “histerópatas”.

La histeria era una enfermedad tremenda, asolaba prácticamente como si fuera una pandemia, y Charcot comenzó a realizar los martes experiencias hipnológicas, para investigar si este fenómeno era fisiológico o era psicológico. Las experiencias de Charcot, atrajeron a París a otro científico extraordinario, Sigmund Freud, quien se encontraba en Viena procurando entender la génesis y tratamiento de los fenómenos mentales y emocionales y su influencia en la conducta psicológica. En aquella oportunidad él estaba tratando a una chica, que pasó a la posteridad con el pseudónimo de Anna O., que sufría de una paresia[2]; su brazo derecho perdió la función de moverse.

Hace un paréntesis en este relato mencionando que la sensitiva utilizada por Charcot en sus investigaciones era una mujer de la Normandía, analfabeta, histérica, que entraba en un estado alterado de conciencia por intermedio de la hipnosis, y tenía una sensibilidad especial para cambiar de personalidad.

Formaba parte de la investigación el Rector de la Universidad de Atenas, el Dr. Panas, quien preguntó a Charcot si podía inducir a asumir la personalidad del médico griego Galeno, y claro, el investigador, el científico, estuvo de acuerdo. Y dijo a Alsina: a partir de ahora tú eres Galeno. Ella, una analfabeta francesa, hizo un cambio facial, y con voz masculina comenzó a hablar en griego antiguo. Al cabo de dos horas se acercó a la pizarra y escribió: “Un día la ciencia entenderá el
sistema de inervación de los animales superiores, y a partir de ello se comprenderá lo que sucede con muchas de las enfermedades del comportamiento humano”. Luego recuperó la personalidad habitual y el Dr. Panas le preguntó al notable investigador que ¿cómo se explicaba este hecho? Charcot no tenía la respuesta.

¡Lástima! -añade Divaldo- porque si hubiera leído El Libro de los Médiums de Allan Kardec habría podido afirmar que se trataba de una incorporación del espíritu Galeno que, mediante un fenómeno de xenoglosia, hablaba por intermedio de
la médium en un idioma distinto al de ella; produciéndose, además, el fenómeno de la transfiguración, mediante el cual la sensitiva se presentaba como si fuera un hombre, penetrando en el conocimiento de la ciencia del siglo II, después de Cristo, y haciendo una predicción acerca de la ciencia del porvenir.

Es en estas circunstancias que Freud decide abandonar París, retornando a Viena. Allí le comunican que la Señorita O. había sido curada, al descubrirse que la parálisis de su brazo se debía a un sentimiento de culpa hacia su padre; y que dada la moral castradora reinante le había producido su dolencia; llegándose a la conclusión de que el problema era psicológico, y no fisiológico. Así pues con Freud surge el psicoanálisis, que intenta entender los fenómenos psicológicos emocionales y su repercusión en la salud mental. Este notable científico descubre que el inconsciente humano era tan tremendo como si fuera el océano pacífico, y la consciencia algo pequeño, al igual que una cáscara de nuez.

Posteriormente Carl Gustav Jung, a través de los arquetipos, consigue encontrar el llamado inconsciente colectivo, como si nosotros fuéramos herederos de todas las informaciones, de todas las épocas, aunque el propio Jung no sabía decir porqué. Nosotros lo tenemos claro -dice Divaldo- por las reencarnaciones; estuvimos en aquellos períodos y trasferimos periespiritualmente esas herencias a la actualidad.

A partir de este momento, fin del siglo XIX y principio del XX, es cuando la ciencia va a entender el cerebro humano.

Hacia el año 1900 el Dr. Emilio Kraepelin psiquiatra austriaco estudió la esquizofrenia denominándola como demencia precoz. Observó que también esa melancolía que todos tenemos periódicamente, cuando se prolonga se hace patológica, y fue a partir del siglo XVIII que recibió una denominación específica: la depresión.

Vivimos en este momento la era de la depresión. Se dice que en Estados Unidos, en 2002, había aproximadamente 50 millones de depresivos, y después del 11 de setiembre se esperaba que hasta 2010 unos 10 millones más de personas serían víctimas de la depresión.

Emilio Kraepelin ya afirmaba que la depresión puede ser unipolar, la melancolía, esa tristeza profunda; o bipolar, o sea en determinados momentos la melancolía y súbitamente la exaltación, la alegría, la euforia, pero la ciencia no sabía el porqué eso sucede.

Por ejemplo, decía Freud, la pérdida induce a la persona a la melancolía; la pérdida de dinero, la pérdida de un objeto, la pérdida de una amistad, la pérdida de alguien por la muerte. En este último punto el conferenciante manifiesta su desacuerdo con Freud, porque no se pierde a las personas, pues sólo han cambiado de estado.

Se tiene pavor a la muerte y evitamos hablar de ella. Pero dice Divaldo que tenemos que enfrentar conscientemente este fenómeno biológico, pues todo lo que nace muere.

Es normal que envejezcamos, que vayamos desgastándonos, que nuestras capacidades vayan disminuyendo.

En los años 40 se decía que teníamos 5.000 millones de neuronas cerebrales, y que cuando llegáramos a los 40 años, estaríamos sin memoria, cansados, sin aptitud para aprender nada nuevo.

En los años 50 los microscopios electrónicos demostraron que poseemos 50.000 millones de neuronas cerebrales, y por más que mueran algunas neuronas, hay otras que permanecen.

En los años 70, se descubrió que teníamos 75.000 millones de neuronas; y en los años 90, la década en que el cerebro fue decodificado, se constató que tenemos de 75.000 a 100.000 millones. Tiempo atrás, una persona que tuviera 60/70 años se sentía ya anciana, ahora con 70 años puede seguir estando activo.

Se percibió que las neuronas obedecen a una onda mental, que para nosotros es accionada por el espíritu, y que unas sustancias específicas llamadas neuropéptidos facilitan las conexiones neuronales. Hay tipificados 64 neuropéptidos, y en todos los fenómenos orgánicos y emocionales se encuentran estas sustancias.

Diríamos que es un tipo de hormona que en una cantidad mínima es depositada en el organismo, y es tan fundamental que ahora cuando amamos no diremos más que con todo el corazón, más bien deberemos decir: te amo con todo mi organismo, y a la vez con la serotonina, la noradrenalina, las dopaminas, que son las sustancias que provocan la alegría.

Un trauma psicológico, un drama emocional, un problema de naturaleza orgánico; la ciencia psiquiátrica estableció que hay causas endógenas para los trastornos de naturaleza psiquiátrica, causas internas, la herencia, las secuelas de las enfermedades infecto-contagiosas. Y hay causas exógenas, externas, psicosociales, socio-económicas, de comportamiento.

Pero el espiritismo, una ciencia que debe caminar al lado de la ciencia convencional, no se detiene donde la ciencia se para, sino que va más allá, porque la ciencia estudia el efecto y el espiritismo se remonta a las causas.

Allan Kardec, extraordinario científico, investigador frío, demuestra que hay causas de naturaleza espiritual porque constató que el espíritu no es creado en el momento de la concepción. Dios lo crea sencillo e ignorante y le permite los miles de milenios para evolucionar.

Como dice la Biblia, fue creado a su imagen y semejanza, no a su forma, porque Dios no tiene una forma; a imagen y semejanza de contenido, no de apariencia.

Esta chispa divina está dentro de nosotros, y va evolucionando, y como dice Allan Kardec se hace necesaria la reencarnación para intelectualizar la materia porque el intelecto es del espíritu. La materia es el vehículo que utiliza el espíritu para encontrar la plenitud, la individuación, como decía Jung, para alcanzar ese estado luminoso, un estado de luz, el reino de los cielos, que está dentro de nosotros. Por eso la misión de todo espiritista es la búsqueda interior, hacer un viaje interior y preguntarse: ¿Quién soy yo? ¿De donde he venido? ¿Hacia donde voy? ¿Por qué estoy aquí?

El espíritu de San Agustín, en la cuestión 919 de El Libro de los Espíritus, ante la pregunta de Allan Kardec ¿cuál es el medio práctico más eficaz para mejorarse en esta vida y resistir a la solicitación del mal? contestó:

  • “Un sabio de la antigüedad os lo dijo: conócete a ti mismo.”

Es necesario hacer un viaje hacia dentro, hacer una revisión diaria de nuestros actos, un examen de conciencia, darnos cuenta de las equivocaciones, intentando corregirlas y proseguir cuando algo está conforme.

Vivimos hoy un momento en el que además de las causas fisiológicas de la locura, de las causas psicosociales, hay causas especiales.

Y Allan Kardec estudió en El Libro de los Médiums, capítulo 23, “De la obsesión”, que no toda locura es locura, muchas veces es obsesión.

Y como era un hombre prudente, sabio investigador consciente y metódico, añade que no siempre la obsesión es exclusivamente obsesión, sino que es locura; es decir hay un claro-oscuro, donde el fenómeno es esquizofrénico por una inducción fisiológica, y el fenómeno es espiritual por obsesión.

Kardec estuvo tan acertado que en las últimas frases de El Evangelio según el Espiritismo señala: “La obsesión prolongada por largo tiempo puede ocasionar desórdenes patológicos y requiere algunas veces un tratamiento simultáneo, sea magnético, sea medicinal, para restablecer el organismo”. (Cap. XXVIII, Apartado V, ítem 84, último párrafo de la “Observación”).

Imagínense, en los años 1864, cuando publicó este libro. Y ¿por qué? Él no sabía porqué, ya que en aquélla época no se conocía la función de las neuronas, cómo éstas degeneran.

La acción física de un agente externo, por encima de la banda vibratoria donde están las neuronas produce una degeneración, el individuo obseso ahora tiene un problema fisiológico de desconexión en la producción de neuropéptidos.

Entonces, el espiritismo estudia también los trastornos de naturaleza obsesiva que son producto de nuestras deudas del pasado, el imbécil, el demente, el fenómeno teratológico, la persona portadora de esquizofrenia, que viene con esta herencia, es un ser espiritual deudor, porque no hay efecto sin causa.

Si el efecto es intelectual, la causa es intelectual.

Estamos en todo un proceso de evolución, en cada etapa de nuestra vida desarrollamos el sentimiento, la inteligencia, una aptitud; de acuerdo con este desarrollo adquirimos consciencia, la consciencia de sí, como decía Jung, ese self que nosotros llamamos el espíritu, la cuestión es solamente de cómo denominamos a las cosas.

En nuestro desarrollo si practicamos el mal no hacemos mal a nadie, el mal que hacemos lo revertimos a nosotros mismos. Como el bien; ¡es maravilloso hacer el bien!, no sólo porque beneficie a alguien, sino por el placer de hacerlo, ya que el bien es bueno para quien lo hace, y el mal es peor para el que lo practica.

En nuestra vida, todos tenemos enemigos, personas a quienes no gustamos y que vibran en contra nuestra. Vivimos en un mundo de individuos atormentados, psicópatas; tienen problemas psicológicos, y nos provocan para ver la reacción que consiguen. Pero no es importante el tener enemigos, no nos hace mal; lo importante es no ser enemigo de nadie.

Cuando practicamos un mal deberemos tener la grandiosidad moral de recuperarnos de ese mal.

En contraposición con la moral castradora de otros tiempos, estamos ante una ética libertadora, que propicia el crecimiento espiritual.

El espiritismo vino para enseñarnos a vivir una vida de alegría, a pesar de los problemas.

Seguidamente, el profesor Divaldo pasa a relatar un episodio de juventud, relacionado con la agresividad que algunas personas vierten en los demás, debido a su insatisfacción interior, recomendando no reaccionar con violencia.

Terminó la amena charla diciendo que es bueno ser agradecidos por todo lo que tenemos, que a veces no valoramos, y sin embargo lloramos por lo que no tenemos.

Es saludable tener la humildad de saber dar gracias a Dios por esta oportunidad, porque aumenta nuestra salud, nuestras defensas, y viviendo, por lo tanto, con esta actitud positiva se producirán más conexiones neuronales que facilitarán la evitación de trastornos psicológicos de todo tipo.

Siguió un animado coloquio dando respuesta a las preguntas planteadas con acierto y oportunidad.


[1] Tristeza, angustia.
[2] Parálisis leve que consiste en la debilidad de las contracciones musculares.