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Personas especiales

Jaci Regis [1]
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Extraído del periódico “Abertura”, núm. 164, noviembre 2001
Santos, Brasil
Traducción: Pura Argelich

Hay personas que dejan una marca positiva en sus vidas llenas de ejemplos que las convierten en referencias de comportamientos productivos.

Hay los que transitan por la existencia como si llevaran a cuestas un fardo demasiado pesado y manifiestan un constante descontento.

No me refiero a los que, por motivos de salud y por la exclusión social, llevan una vida amarga por los obstáculos y por las dificultades. Estoy pensando en las personas que, bajo ese aspecto, no tendrían porqué reclamar. Tienen una buena salud, no sufren estrechez económica. Sin embargo, muestran un semblante trastornado, se acostumbran a reclamar y crear situaciones pesimistas, embarazosas para quien los ama o se ve forzado a estar junto a ellas.

Ella me contaba, apasionada acerca de su abuela. Murió con noventa y un años y medio de vida bien vivida.

Era, según su relato, una mujer activa, vencedora, que irradiaba simpatía y optimismo.

Por su forma de hablar, afirmó que la abuela era constantemente requerida de tan estimada que era.

En el inicio de su vida como casada -continuó- disfrutaba de una posición económica bien desahogada. El marido, no obstante, por razones que no comentó, lo perdió prácticamente todo.

Siendo incapaz de soportar el fracaso, el hombre empezó a beber. Después, cayó en un proceso depresivo y pasó el resto de su vida en una habitación. Durante ese largo periodo, ella se mantuvo absolutamente solidaria con él. A pesar de las críticas, de que con sus exigencias se sentía, más de una vez, prisionera, ella jamás abrió la boca para protestar. Y afirmaba que aquel hombre era el amor de su vida y cuando finalmente él murió, dijo que, de haber reencarnación (no es que no la aceptara) volvería otra vez con él.

Cuando el marido falleció ella ya tenía ochenta años. Pero mientras fue joven demostró un dinamismo, una juventud interna que encantó y marcó a toda la familia.

La nieta, que era la que contaba esos hechos, también relató otros casos.

Una tía enfermó de una dolencia cuyo nombre no recuerdo; pero era extremadamente dolorosa. Tanto que sólo soportaba, con mucho dolor, una sábana sobre el cuerpo.

Impedida de hacer cualquier movimiento, la familia preparó una habitación especial para ella y, dijo la sobrina, su comportamiento fue de una elevación admirable.

Era optimista, irradiaba alegría, incluso sumida en el dolor. Por eso, la familia se organizó haciendo relevos para ofrecerle compañía, para evitar que jamás se quedara sola.

Al contrario, otra tía, también aquejada de enfermedad dolorosa, maldecía, se revelaba, de tal forma que, pocos la visitaban quedándose prácticamente aislada en su dolor.

Ella concluyó, enfática: la gente tiene que optar por ser o no ser feliz...

A pesar de no ser siempre reconocidas, muchas personas pasan por la vida de forma que, dentro del nivel de las mediocridades comunes, son, realmente, especiales.

Existe en ellas una reserva de conciencia, de energía, que las impulsa hacia delante, hacia la lucha. Ante las dificultades no se dejan aprisionar por los obstáculos sino que se aferran a las soluciones.

Irradian una sensación de seguridad, aunque sean frágiles. Persisten donde muchos desisten. Se mantienen firmes delante de los desafíos.

¿Qué hace una persona especial?

Es justamente no abatirse, no desanimarse. No significa que no sientan cansancio, ni que en ciertos momentos sus energías decaigan. Lo que las hace “especial” es no conformarse con ello, es erguirse de nuevo y creer en la victoria.

Ser especial no es ser un héroe o una heroína. Es utilizar de forma inteligente, persistente y productiva sus energías y “saber” interiormente que, por más que tarde, habrá una salida. O incluso mejor, son especiales porque no crean en sus mentes situaciones estresantes, ambiguas, derrotistas. Viven y luchan como un hecho natural.

No desconocen las limitaciones personales, no adelantan los acontecimientos de lo posible y de lo razonable. Al contrario, trabajan con sus energías en el limitado espacio que conquistan y hacen como la persona que aprovecha un pequeño trozo de tierra, aparentemente estéril, transformándolo en un jardín o en un huerto.

No es posible esquematizar el misterio de la vida. Ni especificar la complejidad de la mente, ni lo íntimo de cada ser. Tenemos que vivir y para eso necesitamos escoger los mejores instrumentos para ser felices. Esa opción, tomada en su sentido positivo, delinea el comportamiento, el modo de ser.

Escoger ser feliz es usar lo mejor para uno mismo y para los otros. Porque no es posible ser feliz aislado. La felicidad nace de compartir los sentimientos.

[1] Jaci Regis, economista; psicólogo clínico; escritor y periodista.
Director y editor del periódico de cultura espirita “Abertura”.


Publicado en Flama Espirita núm. 104 (abril/junio 2002).